Cómo fue que Andy Warhol cambió el mundo
Vivimos en medio de un remolino de imágenes, abrumados por consignas imperiosas que cambian permanentemente. Las celebridades brillan tanto que nos enceguecen. Pero nada dura más de 15 minutos.
El mundo virtual avanza sobre el mundo de los átomos: ya mucha gente se enamora de perfiles que ve en Tinder, con los cuales dialoga por video y por chat; pero sus enamorados son robots creados por hackers para robarles dinero; y lo logran en más del 90% de los casos porque los sentimientos son lo más fácilmente manipulable de los humanos.
Apenas comenzamos a indignarnos por un tema, ya los medios nos obligan a indignarnos por otro. Todo se desvanece. Este vértigo de imágenes y sensaciones que hoy constituye la vida de gran parte de la humanidad fue anticipada por Andy Warhol en los 60.
Andy Warhol nació como Andrew Warhola el 6 de agosto de 1928. Fue el tercero de los hijos de una familia de inmigrantes polacos muy pobres que residían en el barrio más miserable de Pittsburgh, EEUU. Vivió hasta el fin de su adolescencia bajo la austeridad miserable que impusieron la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
Como el dibujo era su fuerte desde muy pequeño, decidió formarse en “arte comercial” en la escuela de Bellas Artes del Instituto Carnagie. Apenas recibido se marchó a Nueva York en 1949. Llegó a la capital cultural de los Estados Unidos en el momento mismo en el que su país se consagraba como la primera potencia mundial y el expresionismo abstracto se convertía en el arte oficial.
La sociedad norteamericana de posguerra seguía siendo profundamente victoriana. La fuerte discriminación contra la homosexualidad le trajo muchos problemas al muy amanerado joven de Pittsburg. En la Nueva York de los 50, Warhol era marginado incluso por otros jóvenes artistas gays que cultivaban una onda más viril, como Robert Rauschenberg o Jasper Johns.
Desde sus primeros dibujos ya Warhol se diferencia de todo y de todos. Para Warhol todo (desde las mercancías hasta las identidades sexuales, desde lo sagrado hasta lo natural) es fruto de una producción; por eso él considera que la travesti, al insistir en mostrar la producción que la construye, se convierte en el símbolo de nuestra época.
Algo de todo esto se ve en la excelente serie documental “Los diarios de Andy Warhol” que se puede ver en Netflix. Digo “algo” porque la serie se centra más en la vida privada del artista (ya que se basa en los diarios) que en poner a su obra en perspectiva.
Todo es ícono en la obra warholiana: desde las imágenes de las mujeres que fabricó la industria del espectáculo -Marilyn Monroe (suicidada), Elizabeth Taylor (siempre al borde del colapso) y Jackie Kennedy (la viuda trágica)- hasta las fotos de accidentes y crímenes que inundan las páginas de los periódicos (testigos de la masiva fascinación por la muerte, que también incluye la fama instantánea que obtienen los asesinos famosos y el horror encantado que producen los instrumentos mortuorios, como la silla eléctrica).
También son icónicas las fotografías de los hombres que interpretan el papel de la masculinidad desbordada -como los jóvenes Elvis Presley, Warren Beatty y Marlon Brando-. Hasta los signos se metamorfosean en íconos de sí mismos, como el signo “pesos” o el dólar. Los logos y las etiquetas de los productos masivos (sopas Campbell, Coca Cola) se convierten en los ladrillos “artificiales” de nuestro paisaje “natural”.
Gracias a Wilde, Warhol comprendió que el sentido de la cultura actual es el sinsentido porque todo se ha vaciado de contenido. Ese es el suelo sobre el que se apoya la libertad contemporánea: una experiencia inédita que ninguna cultura anterior pudo siquiera imaginar.
Ahora sabemos que no hay nada detrás de las superficies y que eso no es una confabulación urdida por demonios degenerados: aunque algunos añoren un pasado pleno de sentido nuestra sistemática práctica cotidiana no sabe producir otra cosa que vacío.
Con Warhol el arte sale del museo y ocupa todo el espacio de la experiencia humana. Ya no importa ni el soporte ni el estilo. No importa la habilidad artesanal ni el rasgo personal. No importa si se pinta, se graba, se hace serigrafía, se edita una revista, se fotografía, se filma o se pasa a trabajar en entornos virtuales.
Organizar fiestas o transformarse en superstars es tan importante como elegir la ropa para ir a la discoteca, mirar TV o producir música (y toda la estética asociada). Todo -hasta lo más íntimo, lo mínimo y lo que nuestros abuelos podían considerar sagrado- se transforma en espectáculo. Todo surge para ser mostrado.
En 1960 Warhol ya mostró de qué manera viviríamos en 2022: somos meras imágenes; imágenes tan evanescentes como los personajes de un sueño que se esfuma.