La censura moral
La libertad no es un conquista permanente. Por el contrario, permanentemente está amenazada por los patrones morales de las mayorías. En 1955 Vladimir Nabokov publicó Lolita y suscitó el escándalo. En nuestro país fue traducido por Enrique Pezzoni (quien debió firmar con el seudónimo Enrique Tejedor para no ser procesado por inmoralidad) y editado por Victoria Ocampo, quien afrontó -con la valentía que la caracterizaba- el juicio en el que se la acusó de hacer apología del estupro y de la paidofilia. ¿Hoy se podría editar una novela exactamente igual a la que escribió Nabokov hace 62 años? ¿Hay una Victoria Ocampo en la Argentina que se anime a defenderlo?
La libertad no es una conquista permanente. En los 60 la lucha juvenil era a favor de ampliar el espacio de la libertad (en un contexto muy represivo, hijo de más de un siglo de moral victoriana). Por el contrario, hoy los jóvenes más educados y con mayor influencia social luchan por reprimir todo lo que lo políticamente correcto considere ofensivo.
El ideal en los 60 era explícitamente político: se buscaba más autonomía personal y un mundo para todos. Desde los hippies hasta Borges, desde la generación beat hasta Manucho Mujica Lainez, todo el mundo cultural defendió el libro de Nabokov. No había dudas: uno tenía derecho a decirlo todo, hasta lo más incómodo, hasta lo más terrible.
El ideal actual es moralista e hipócrita. Acepta que un adulto pueda acceder a la pornografía, pero no tolera que en el ámbito social alguien manifieste un punto de vista no aceptado por la mayoría. En los 60 la censura era una facultad del Poder a la que se enfrentaba gran parte de la sociedad. Hoy es la mayoría social la que censura. Desde los años 30 del siglo XX que no existían jóvenes (entre 20 y 40 años) que promoviesen la censura moral.
Hoy está en la picota el viejo acuerdo en el que se basaba el derecho a la diferencia: ese que dice que se puede ser y hacer lo que se quiera sin hacer daño a los otros. Hoy la ofensa moral es la base de la descalificación del disidente y causa suficiente para el rechazo masivo.
Lo políticamente correcto trata de que se tome como Ley común el gusto o la predilección moral de un grupo. Pero no existe nada que no pueda ofender a alguien; por lo tanto, si se prohibiese todo lo que ofende, podría estar prohibido todo. Como hasta el más moralista se da cuenta de que no se puede prohibir todo, solo se prohibe aquello que ofende a los grupos que tienen mayor capacidad de lobby, los más ricos y organizados.
Cuenta Eugene Volokh en The Washington Post del 26 de diciembre pasado (2016), que en la Universidad de Oregon ya no se permite la libertad de expresión para los profesores en temas de religión, raza u orientación sexual. Ningún profesor puede emitir una opinión en esos ámbitos que no coincida con las normas de lo políticamente correcto. Normas que están publicadas en el manual de estilo de la universidad. Allí (y en muchas otras partes) es impensable que Nabokov hoy pudiera ser profesor.